Cuarto Poder Zapotlanejo

Martín Hernández, artista y maestro

El originario de San José de Las Flores, pasó cerca de 40 años compartiendo sus conocimientos artísticos con numerosas generaciones.

Por Ricardo H.G. / Carlos Aquino

El Maestro Martín Hernández de Anda nació el 30 de enero de 1937 en la delegación de San José de las Flores, en el municipio de Zapotlanejo. Fue el último de 10 hijos del matrimonio formado por Leocadio Hernández y María Apolinaria de Anda. Su infancia fue difícil.

Cuando tenía tres años, su familia sufrió una desgracia: su hermano Esteban fue asesinado por problemas del pasado. Ante esta tragedia, su padre decidió vender la casa, entregar el dinero a su esposa y abandonar a la familia, obligando a María Apolinaria a mudarse con sus hijos a una vecindad en Tlaquepaque. En estas circunstancias, Martín padeció muchas carencias económicas.

Exterior e interior de la vivienda donde Martín tiene su taller. FOTOS: Ricardo H.G.

A los seis años, su madre, con mucho esfuerzo, lo inscribió en una escuela de párvulos cercana. Allí tuvo su primer acercamiento formal al arte cuando le compraron una cajita de colores, un lápiz y una libreta. Martín considera ese momento como una “verdadera revelación del arte”.

Cuando Martín tenía ocho años, su hermana mayor se casó y se estableció en Estados Unidos. Él aprovechó esta oportunidad para migrar al vecino país del norte y continuar sus estudios en la Signior Elementary School de Tracy, California. Allí aprendió inglés y desarrolló más plenamente sus cualidades artísticas.

“Cuando me di cuenta de lo que era la pintura, si hubiese sido rico me habría dedicado 100 por ciento a esto, con todo el tiempo, sin prisas ni nada. Pensando en que los vendería, y no pensaba tanto en la calidad, aun así vendí muchas de mis obras en la capital (Ciudad de México) […] cuando tienes la libertad de pintar lo que sientes, lo que quieres, es mucho mejor”, explicó Martín Hernández.

Parte de la colección de pinturas con temática de: músicos, payasos y prostitutas. FOTOS: Carlos Aquino.

Alrededor de los veinte años, regresó a Guadalajara y realizó sus estudios formales en la Escuela de Artes y Letras (actualmente la Licenciatura en Artes Plásticas) de la Universidad de Guadalajara. Al concluir sus estudios, se estableció en la Ciudad de México, donde conoció la vida desde otra perspectiva. Desarrolló una profunda fascinación por retratar escenas de la vida cotidiana, especialmente aquellas que involucraban a personajes marginales y desinhibidos, como bebedores y trabajadoras sexuales. A través de su arte, lograba capturar la crudeza y autenticidad de estos momentos, ofreciendo una perspectiva única y reveladora de la condición humana.

Su obra no solo refleja la realidad sin adornos, sino que también invita al espectador a contemplar la belleza y la complejidad de las experiencias vividas en los márgenes de la sociedad.

Además de su interés por personajes marginales, exploró profundamente la temática de la Revolución Mexicana, capturando la intensidad y el dramatismo de este periodo crucial en la historia del país. Sus obras reflejan el valor, la lucha y el dramatismo de aquellos tiempos, ofreciendo una narrativa visual rica en simbolismo y emotividad.

Además, el Maestro Martín abordó con sensibilidad la figura de los payasos tristes, recordando su infancia cuando las compañías circenses recorrían los pueblos para subsistir. A causa de las carencias económicas de los artistas, en lugar de causar risa, provocaban lástima por la pobreza de sus atuendos. Esta temática le permitió transmitir las emociones complejas y la dualidad de la alegría y la melancolía presentes en estos personajes. A través de sus pinceladas, revelaba la vulnerabilidad y profundidad emocional de los payasos, invitando al espectador a reflexionar sobre la fragilidad humana y la máscara de la felicidad.

Durante esta etapa prolífica, sus obras comenzaron a venderse entre los círculos intelectuales y la clase política nacional e internacional, especialmente en el recién inaugurado Jardín del Arte en la colonia San Ángel en CDMX.

En 1985, tras visitar a su madre en Zapotlanejo, el Maestro Martín decidió dejar el bullicio de la capital para regresar a la tranquilidad provinciana y se estableció en su pueblo natal.

Desde ese momento, buscó espacios para la enseñanza del arte en las nuevas generaciones, encontrando terreno fértil en la recién inaugurada Casa de la Cultura, donde durante casi cuarenta años se dedicó a compartir sus conocimientos artísticos con numerosas generaciones de Tecuexes.

“A las autoridades, de entonces, no les interesaba mucho la cultura, en el pueblo no había nada. Solamente, las mujeres hacían bordados para venderlos y era todo; pero en términos generales no había mucha oferta, mucho menos apoyo […] aquí en el pueblo hay mucho talento, llegué a tener alumnas de avanzada edad”, concluyó.  

Actualmente, retirado de los espacios públicos y con algunos inconvenientes de salud, Martín Hernández, sigue trabajando en el taller ubicado al interior de su casa; rodeado de pinturas que rebasan los 30 años de existencia, artesanías, curiosidades, obsequios y una basta colección de objetos que generan una atmósfera digna de aquellos que miran la belleza en la más oscura de las emociones.

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